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Macondo Argentino

En mayo de 1967, el escritor colombiano Gabriel García Márquez publicó su ya famosa novela ‘Cien años de soledad’. La acción transcurre en la imaginaria ciudad de Macondo, donde realidad y fantasía parecen no encontrar límites definidos. El estilo de García Márquez, exagerado y abundante en hipérboles, crea ambientes mágicos, a veces absurdos. Desde entonces la palabra Macondo se ha convertido en un lugar común cuando periodistas y escritores describen los extremos de la política latinoamericana. 


La provincia de Tucumán, en el noroeste de Argentina, pareciera decidida a ganar el título de ‘Macondo argentino’. En la empobrecida Tucumán, donde la corrupción es una regla más que una excepción, cuidar las apariencias puede ser tan importante como la vida. Poco meses atrás, cuando un pianista internacional promediaba un concierto en el teatro provincial el gran piano colapsó. El diario tucumano ‘La Gaceta’ cubrió este incidente como un injustificable escándalo. Como resultado, la provincia con uno de los mayores niveles de desnutrición infantil de la Argentina adquirió un ‘Steinway’ nuevo por U$S 100.000, reparando así su honor y evitando que este escándalo se repita. Curiosamente la misma fórmula, honor, escándalo y el número 100.000, reaparecen en otra noticia relacionada con Tucumán. 


A raíz de un artículo que recuerda la inhumana expulsión de una veintena de mendigos tucumanos con motivo de la visita de Videla en 1977, el general Bussi (gobernador militar en ese entonces) ha iniciado una causa por daños y perjuicios contra el autor de la nota, el escritor Tomás Eloy Martínez. El general considera que su honor ha sido dañado y repararlo costará la suma de 100.000 pesos a pagar por el señor Martínez, quien utilizó la palabra “tirano” al referirse a este miembro de la dictadura. Un análisis de este hecho y sus circunstancias quizás pueda ayudar a comprender el perfil de los militares que condujeron al país durante la dictadura y a una sociedad que elige la ambigüedad como herramienta para tratar con su pasado. 


Hacia 1974, grupos armados inspirados en la teoría foquista cubana creyeron encontrar en la pobreza y dramáticas condiciones laborales de Tucumán el contexto político que buscaban. En consecuencia las Fuerzas Armadas pusieron en marcha el ‘Operativo Independencia’, preludio de la dictadura y laboratorio donde el ejército probaría las ‘técnicas’ que llevarían a escala nacional luego del golpe. Hacia finales de 1975, cuatro meses antes del golpe militar, el general Vilas, responsable de la primera fase del ‘Operativo Independencia’, pasó el comando del mismo al general Bussi. Vilas recordaría más tarde en sus memorias: “El ‘Operativo Independencia’, si bien no había terminado, era un éxito completo. La subversión armada había sido total y completamente derrotada por un ejército que luego de cien años de paz Periodista En Tucumán la corrupción es regla. 


Cuidar las apariencias importa tanto como la vida E Macondo argentino demostraba su capacidad de combate. La mayor satisfacción fue recibir días después, ya estando en la capital federal [sic], el llamado del general Bussi, quien me dijo:‘Vilas, usted no me ha dejado nada por hacer”. Esto no evitó que, luego del golpe que promovió a Bussi a gobernador de Tucumán, cientos de ciudadanos fueran secuestrados, torturados y ejecutados sistemáticamente. (Demostrando que la eliminación de estos pequeños y desorganizados grupos armados no era el fin principal de la dictadura e incluso sugiriendo que fueron un detonante deseado). 


En estas Fuerzas Armadas el general Bussi se instruyó con manuales que llegaban desde la ‘Escuela de las Américas’, con base en Panamá, donde los Estados Unidos entrenaron a la mayoría de los dictadores sudamericanos. En el ejército también conoció a fondo el clasismo de la institución militar, donde él era nadie, sin tradición militar en su familia, ni apellido, ni grandes calificaciones. La providencia, sin embargo, había sentado a este general de rústico intelecto en un sillón de gobernador al que llegaba todas las mañanas envuelto en granadas y con cara de ‘Duce’ del tercer mundo. Ahora, en junio de 1977, la visita del presidente Videla representaba la oportunidad dorada para demostrar que su posición era más que una cadena de coincidencias. 


 Subversión 


Fue así que Bussi decidió iniciar su plan de decoración urbana. Bajo esta presión, limpiar la vía pública de mendigos pareció un detalle más; otra tarea entre construir paredes que ocultasen las villas míseras o pintar la bandera nacional en cada tanque de agua. Tucumán, conocida en Argentina como el ‘Jardín de la República’, luciría más hermosa que nunca. Pocos días antes de la llegada de Videla comenzó también la preparación ideológica. El gobierno de Bussi organizó un seminario de conferencias a cargo del influyente periodista doctor . Mariano Grondona. Luego de presentar sus saludos al gobernador, Grondona dio sus opiniones respecto a la política internacional, en obvia respuesta a las denuncias de terrorismo de Estado que crecían en el exterior: “Los países que, como en la Argentina, han luchado con las armas en las manos contra la subversión y ahora intentan construir gradual y cuidadosamente una nueva democracia, están destinados a la incomprensión internacional hasta que demuestren, en los hechos, la bondad de su fórmula. Es inevitable. Es que somos un modelo nuevo, original, que viene a romper los esquemas convencionales. ¿Cómo es que un país debe guerrear por los derechos humanos y en esa guerra dejar de lado el esquema convencional de la represión antidelictiva? No lo comprenden ¿Cómo es que un país debe abandonar la vía aparentemente democrática para edificar de veras una democracia? Tampoco lo entienden. Este es el precio de la originalidad”


 El mismo día Bussi invitó a Grondona y al director del periódico ‘La Gaceta’ a celebrar con un asado el ‘Día del Periodista’. A los postres Bussi se dirigió a sus invitados con estas palabras de agradecimiento: “Los argentinos estamos viviendo la hora de la verdad, y en ese estado del alma es que sentimos la necesidad de sincerarnos. Por eso, en un impulso interior, debo decirles a ustedes, periodistas, de nuestro reconocimiento por el apoyo brindado”. Al día siguiente la procesión del Corpus Cristi dio la oportunidad para la preparación espiritual. Bajo un bombardeo mediático por parte de ‘La Gaceta’, la población de Tucumán tomó las calles para celebrar la ceremonia católica, prácticamente transformada en un desfile militar. En la vereda de la iglesia catedral, frente a la plaza principal de Tucumán, se construyó un escenario sobre el cual se ubicó el altar. Frente a él se colocaron los abanderados de escuelas y colegios, y las autoridades provinciales presididas por el gobernador general Bussi. En la marcha se oró especialmente por el sumo pontífice, la paz y el amor a la patria, la familia tucumana y la acción católica. 


Para finalizar “se cantó el himno nacional, ejecutado por un sacerdote en un órgano, como expresión de reconocimiento de los ideales de la patria y de todo lo que simboliza la bandera nacional”. La ansiedad seguía creciendo. El 17 de junio la Cámara de Contratistas de Obras del Estado, empresas directamente beneficiadas por la dictadura a través de contratos exentos de supervisión alguna, dio la bienvenida al dictador con una página completa en ‘La Gaceta’. Finalmente la llegada de Videla llevó a Tucumán al delirio mientras Bussi se coronaba como maestro de ceremonias. ‘La Gaceta’ invitó al general Videla y al general Bussi para que pusieran en marcha las nuevas rotativas del periódico. La edición del día siguiente trajo la foto del dictador de la más sangrienta dictadura militar que Sudamérica haya conocido con un epígrafe que decía: “El jefe de Estado, Teniente General Jorge Rafael Videla, acciona desde el correspondiente comando electrónico, los botones que ponen en marcha las modernas rotativas de nuestro diario”. Una alegoría consciente. Con orgullo, el diario de Tucumán cerró esta visita con un párrafo titulado “Una honrosa presencia”, el cual describe perfectamente la actitud de gran parte del periodismo hacia la dictadura militar: “La visita del presidente de la Nación, Teniente General Jorge Rafael Videla, a los talleres de La Gaceta representó un honor de alta significación para nosotros. 





El 19 de junio de 1977 habrá de quedar como una de las fechas memorables en la historia de este diario.” La dictadura no habría sido posible jamás sin el apoyo, activo o pasivo, de una enorme porción de la población. Sin embargo, cuando todo este show de orden y gobierno aún no terminaba de brillar, Bussi se encontró envuelto en un inesperado escándalo. 


La vergüenza 

Poco después de concluida la visita de Videla, el diario ‘La Unión’, de la vecina provincia de Catamarca, publicó un extraño artículo: “Parias, mendigos, lisiados, ciegos, tísicos y enajenados mentales aparecieron librados a su propia suerte, a lo largo de la ruta nacional 67 [...], a la vera del camino y debajo del puente sobre el ‘La Gaceta’ invitó a Videla y a Bussi para que pusieran en marcha las nuevas rotativas . El párrafo, que parecía copiado de una página de García Márquez, describía una de esas absurdas situaciones sólo posibles en su fantástico Macondo. Pero era real. Antes de la llegada de Videla a Tucumán, los mendigos de la ciudad fueron secuestrados y transportados en camiones militares hasta los límites de la provincia. Allí fueron arrojados al costado de una ruta en un paraje semidesértico. En una helada mañana de invierno, algunos vecinos escucharon pedidos de auxilio y llevaron a estas personas al hospital de la zona donde el hecho comenzó a denunciarse. Más tarde, el gobernador militar de Catamarca elevó una queja sosteniendo que su provincia estaba siendo convertida en “un depósito de desechos humanos”. Bussi ordenó el retorno de estos “desechos humanos” a la vez que negó toda responsabilidad. Tras horas lustrando botas, medallas y ensayando desfiles todo se vio arruinado por un estúpido error de cálculo: la dictadura había “cosificado” a sus oponentes, los había transformado en “objetos” carentes de derechos humanos. Esto, sumado al miedo, quizás explica porqué algunas sociedades no reaccionan aún viéndose confrontadas diariamente con “desapariciones” de obreros, maestros, estudiantes, mujeres embarazadas y un largo etcétera. Pero los mendigos no estaban en ese escalafón. La crueldad y el desprecio al que fueron sometidas estas personas (que no eran “zurdos”, ni “subversivos”, ni “ateos” y por los cuales la gente sentía gran afecto y simpatía) se convirtió en un baldazo sobre el uniforme del general. 


El fugaz cuento de hadas de Bussi, el intercambio de piropos y las caminatas por el parque junto a Videla pronto se vieron empañadas por la vergüenza. Con el retorno de la democracia en 1983, las acusaciones contra Bussi por sus crímenes durante la dictadura comenzaron a acumularse. Los militares no aceptaron asumir sus responsabilidades ante la justicia y el juicio contra Bussi, como tantos otros, fue abortado gracias a las leyes de impunidad del presidente Alfonsín. Mas tarde, los indultos del presidente Menem coronaron a la impunidad como una norma. Sin embargo Tucumán, como una buena novela de suspenso, tenía preparada una sorpresa más. Muchos años después, en una democracia que no cumplía lo que había prometido, Bussi regresó a Tucumán. 


La provincia, en bancarrota tras años de corrupción, escuchó con esperanzas sus promesas de mano dura y en 1995 Tucumán, el Macondo argentino, eligió a Bussi gobernador. Sin sorpresa alguna, el gobierno de Bussi terminó en ruinas a la vez que sus cuentas secretas en bancos extranjeros salieron a la luz. El honoris causa de los dictadores bananeros. Finalmente nuevas causas, sumadas a los cambios en política de derechos humanos promovidos por actual gobierno, llevaron al general a un tímido arresto domiciliario donde, en teoría, pasa sus días. 


 Pequeño tirano 


Como toda sociedad de extremos, la provincia de Tucumán ha sido cuna también de muchas figuras en las artes, la cultura y las ciencias. Entre ellos, el reconocido escritor Tomás Eloy Martínez. En enero del 2004, Martínez publicó un artículo recordando sus años de adolescencia en la remota Tucumán y los mendigos que caminaban por sus calles; aquellos “locos de la ciudad” que las películas españolas o italianas suelen retratar como leyendas urbanas. Entre estas mágicas personalidades Martínez recuerda a Pacheco, un vagabundo mitad mendigo, mitad filósofo que juraba haber presenciado el juicio final. Inevitablemente el artículo revive también aquel destino cruel de deportación, el cual aparentemente costó la vida a PaPacheco, mitad mendigo, mitad filósofo, juraba haber presenciado el juicio final ///// checo. Es allí donde Tomás Eloy Martínez se refirió a Bussi como “pequeño tirano”. Y el general reaccionó. Pareciera contradictorio que un ‘general de la Nación’, como Bussi pomposamente se refiere a sí mismo, proteste su inocencia acusando a un subordinado. (Bussi acusa por aquel incidente al entonces jefe de policía de Tucumán y para probarlo sostiene que resolvió destituirlo y sancionarlo. El jefe policial fue promovido a Secretario de Estado de Planeamiento y Coordinación). Pero la coartada, lejos de ser original, es una vieja tradición militar argentina: durante el juicio a las Juntas, el exdictador Videla, defendiéndose de las acusaciones por el secuestro y la ejecución sistemática de decenas de miles de argentinos, negó tener responsabilidad alguna y apuntó a los oficiales inferiores por lo que él consideró “algunos excesos”. Bussi, como otros, fue una pieza importante de un régimen que intentó arrastrar a Argentina sesenta años hacia el pasado, el gobernador militar de una dictadura que actuó sin vestigios de legalidad, imponiendo su “solución” a fuerza de terror. Entre los miles de desaparecidos de esta dictadura se encuentran aproximadamente 500 mujeres embarazadas. Luego de dar a luz en campos de concentración, estas madres fueron ejecutadas y sus hijos dados en adopción a familias relacionadas con la represión. Casi 30 años más tarde, las organizaciones de derechos humanos continúan buscando a estos jóvenes que las Fuerzas Armadas administraron como botines de guerra. Es posible que, cuando los organismos de derechos humanos marchan reclamando justicia y le gritan “asesino”, Bussi sienta nostalgia de aquel poder total, aquellos años dorados cuando él y sus camaradas ejecutaban detenidos y jugaban con la vida de los prisioneros como quien juega a las cartas. Hoy el general no puede secuestrar a sus críticos, torturarlos y hacer que desaparezcan. Pero cuando un artículo se refiere a él como un “pequeño tirano”, el general reacciona como si le hubieran tocado un nervio. El debate acerca de las complejas ironías que surgen como consecuencia de la impunidad es legítimo, pero quizás el periodismo y la sociedad están confundiendo el eje de la cuestión: este no es un partido de tenis entre el general Bussi y el escritor Martínez. Las razones que impulsan a este viejo general a tomar acciones legales contra un conocido periodista pueden ser motivo de curiosidad: ¿Por qué este Bussi desbarrancado, encerrado en su departamento, donde convive con el fantasma de una larga enfermedad, se embarca en este juicio? ¿Es que acaso no pudo dejar pasar la oportunidad de rapiñar un poco de dinero? ¿O es que no pudo soportar verse descripto como un “pequeño tirano” en el diario ‘La Nación’, el diario donde el doctor Grondona, su invitado en 1977 para celebrar el Día del Periodista’, es uno de los columnistas principales? Quizás ambas hipótesis sean correctas, pero esto es un tema para ser debidamente analizado por los psiquiatras. Para ciudadanos de una joven democracia, el debate sería mucho mas productivo si confrontara la tragedia de la impunidad, aquella que permite absurdos legales por el cual asesinos seriales pueden llegar a ser gobernadores o llevar a juicio a periodistas que dicen la verdad. Comprender el profundo sentido de la justicia en la sociedad, ese es el desafío. Quizás es tiempo de que la sociedad argentina asuma sus errores del pasado y tome una posición clara respecto a ellos, recordándole a los viejos generales, sin ambigüedad, lo que representan para esta sociedad: tiranos (y no pequeños precisamente). La memoria es una forma de justicia también, la forma correcta de dejar a estos tiranos en el pasado y generar una democracia mejor. 


Publicado en "Cuadernos para el dialogo" 04.12.2005

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